6 de mayo de 2014

Camilo es un gran compañero. Hoy salimos a caminar. Dos cerros y una vuelta a la manzana. Camilo es medio flojo, ya no quiere caminar más.

5 de mayo de 2014

Valparaiso. 09.30pm. La noche se puso fría, como se enfrían las noches de té y distancias. Hay una luz en una ventana y es la mía. Hay muchas luces en muchas ventanas, es la de quienes hoy están protegidos de este otoño y su neblina. Entonces pienso en las afueras, en el incendio, en que todavía no fui, en que tengo que ir. Pero apenas si aprendí a moverme en las calles que suben y bajan este cerro. Y en el mar (es indispensable saber caminar sobre el mar). Hace frío y los dedos acusan la falta de besos en las manos. Abajo alguien toca el saxo, la música se cuela desde alguna puerta de un bar y viene a acompañarme las palabras. En la ciudad de los bares de las puertas abiertas, alguien toca el saxo y me acaricia el alma. Pienso que esta noche quizás vuelva a soñarlo, en que mañana con la mañana otra vez tenga que volver a aprender a soltarlo. Mientras escribo y el saxo hace su parte para dibujarme las letras, preparo una clase de fotografía, un pedacito de convite, para volver al mundo lo que el mundo me da. Hace frío, como otro otoño de los cielos de colores. La distancia es enemiga de lo cotidiano de los días. Hoy ensayo. Mañana carnaval. Quién sabe qué piedritas pisará, a qué hora. Y yo ahí, abrazando una nube, abrazando una almohada. Y crezco. Ya no se escucha el saxo. Acabo de darme cuenta que las últimas palabras me llevaron muchos minutos, algo así como el último aliento de un músico (y yo que iba a bajar a ver). Aprovecho el silencio. Pienso en el sueño, en el día de mañana, en que quizás debería hacer ese trámite en Extranjería, en que si no hay trabajo habrá mar. Ya estuvo con todo este silencio. Será música cada átomo de ausencia. Gracias por elegir volar conmigo. Que tengan un bonito y placentero viaje.

1 de mayo de 2014

10.30 am en Valparaiso. La casa es rosada, te recibe con un pasilloescalera que acusa el paso del tiempo. Los pisos son de madera, en cada paso que das, ella te recuerda que estás caminando. Desde la ventana, las calles se ven vacías, apenas unos turistas con cámara en mano buscan ese espacio para fotografiar que en otros días hubiera estado preso al transitar de la vida cotidiana. El día es gris, si hasta parece haber llovido mientras yo acunaba un sueño de mi amor de marcapiel. La bienvenida fue con el sol de las casas marcadas, con las sonrisas de quienes siempre vuelven a creer, con el buen vino y los vasos compartidos. Llegué con la nueva luna, con la nueva vida. Valparaiso es como contaban...